Drayke Hardman, del matoneo al suicidio

Aylin Rodríguez Vinasco

Generadora de contenido de la Coordinación de Gestión de Medios – Universidad Ean  

 

Actualidad

La noticia del suicidio de Drayke Hardman, un niño de 12 años, le ha dado la vuelta al mundo hace unos días. Según informaron sus padres, el pequeño tomó la fatal decisión cansado del matoneo que le hacían en su colegio, en los Estados Unidos.

He visto cómo muchas personas comparten sus fotografías y reflexiones al respecto porque es una historia que ha tocado corazones. A mí me ha tocado fibras muy profundas porque en algún momento de mi infancia pude ser él, también me hacían matoneo en muchos escenarios y tuve ideas suicidas, solo que nunca tuve el valor para ponerlas en práctica.

 

"Entre el 2015 y 2019 se registraron 1322 casos entre esta población. Sí, como lo estás leyendo, más de 1000 pequeños se quitaron la vida en nuestro país, siendo el Putumayo, el Vaupés, el Casanare, Risaralda y el Tolima las zonas con las tasas más altas".

 

Antes de contarles un poco de mi historia, quisiera que viéramos el cruel panorama del suicidio de niños, niñas y adolescentes en Colombia. Según datarepublica.org, entre el 2015 y 2019 se registraron 1322 casos entre esta población. Sí, como lo estás leyendo, más de 1000 pequeños se quitaron la vida en nuestro país, siendo el Putumayo, el Vaupés, el Casanare, Risaralda y el Tolima las zonas con las tasas más altas.

En la plataforma se especifica que en el 70 % de los casos no se identificó la razón por la cual cometieron este autoflagelo. Se describe que el 10 % de las niñas y el 7 % de los niños se quitó la vida por desamor. Ahora bien, ustedes dirán que qué es eso de que un niño sienta desamor, parece que muchos olvidaron su infancia y no recuerdan lo mucho que puede llegar a doler ser rechazado por tus padres o familiares o dejar de amarte a ti mismo por la cruel opinión de los demás.

Me pregunté cuáles son los motivos que llevan a los niños a ser crueles con sus pares, llegué a la conclusión de que son cosas tan banales que duele, lacera y da ira decirlas: la forma en que caminas, cómo hablas o te ríes, cómo te viste y te peinas, tu color de piel, tu orientación sexual, tu color de pelo, si usas jafas, frenillos o algún elemento poco común. Luego cuestioné: ¿qué de eso es tan grave para que alguien desee morir? Fue allí cuando regresaron esos recuerdos profundos que a veces creo que he olvidado, pero no es así.

El racismo, otro elemento del Bullying

Brevemente, soy una mujer de descendencia negra, algo que por mucho tiempo me hizo sentir mal y negar mis raíces porque fue un motivo de matoneo. Mis compañeros de escuela no solo me decían palabras ofensivas por mi color de piel, sino porque era muy delgada y desde muy pequeña usaba gafas. Me hacían burlas porque crecí en una familia de escasos recursos y no siempre tenía dinero para comprar algo, por eso mi abuelita me llevaba desayunito a través de la reja del colegio en algunas ocasiones.

Ahora que lo pienso bien, qué absurdo es que un acto de amor tan bello fuera motivo de bromas e insultos por parte de otros niños que, al igual que yo, vivían las mismas o peores condiciones económicas. Más adelante, era gorda y la nerda del salón y por eso también me hacían matoneo. Hay cosas peores que me pasaron, pero de las que aún no me siento preparada para hablar, pero todas ellas me llevaron a pensar en que lo mejor para mí era morirme. Se me juntaron las heridas causadas por el bullying y mis propias dolencias familiares.

¿Saben qué es lo peor de esa situación? Que cuando pude salir de esa oscuridad y ya no me afectaba el poco matoneo que me hacían, se presentó la oportunidad de ser la victimaria y lo hice sin pensarlo. Eso es algo que me carga la vida y espero que lo haga por siempre, porque es lo que me hace hervir la sangre y no olvidar por qué ese es un acto que todos debemos condenar. Entré a un grupo de amigos populares y cuando se presentó el chance de burlarme de una niña por su aspecto físico, lo hice. No lo disfruté nunca, pero era valorado por mis compañeros del momento.

Me costó comprenderlo, pero lo hice. La busqué y le pedí perdón, le dije que era una boba por molestarla cuando yo no era nadie para calificar su belleza. Eso me dejó más tranquila, aunque no libre de toda culpa. Desde entonces, procuro no referirme a nadie con calificativos sobre su aspecto o características si no son positivos. Además, me he declarado una defensora del respeto hacia las diferencias de los demás, a tal punto que eso también ha llevado a que me hagan matoneo en otros escenarios.

Quiero concluir esta reflexión con lo siguiente. La víctima es el niño, niña, adolescente o persona a la que le hacen bullying, pero eso no quiere decir que el abusador no sea víctima también. Víctima de una mala crianza, de un sistema educativo que está demasiado saturado para ver más allá de las malas notas y de calificar a uno u otro como “problemático”, víctima de una sociedad que también lo está lacerando o matoneando y no encuentra más escape que ser igual a lo que ve y que, en un país como el nuestro, cada vez está más normalizado, la violencia es nuestro pan de cada día.

Juzgar a los demás sin conocer su cruz, como decimos popularmente, también es una forma de acosar, de callar, de reprimir y de voltear la mirada, porque es cierto, es más fácil y barato juzgar que brindar ayuda psicológica para superar una problemática tan compleja como esta y que día tras día cobra vidas. El bullying es responsabilidad de los padres, de las instituciones de educación, de los ejecutores, de los espectadores y de los que callan, es de todos.

¿Qué hacemos entonces? Vamos a asumir nuestra responsabilidad y tratar de buscar ayuda oportuna, antes de que la vida de los más pequeños se siga llenando de odios, de frustraciones, de traumas y de muerte. Que no se apaguen más los sueños del futuro del mundo, los niños, niñas y adolescentes.

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