La sociedad a la que no le gusta el “mal” 

Aylin Rodríguez Vinasco

Generadora de contenido de la Coordinación de Gestión de Medios – Universidad Ean  

 

Actualidad

Hoy quiero hablar desde las dos caras de la moneda: víctima y victimaria, sobre la tendencia a rechazar cualquier expresión negativa, aunque sincera, porque ello nos obliga a escuchar las razones detrás de ese “me siento mal” o “he tenido un mal día”.


Seamos sinceros, para la mayoría la pregunta “¿cómo estás?” no es más que una muletilla, porque como sociedad preferimos un simple “bien”, en lugar de un “mal”, como respuesta. Muchas veces, incluso, ignoramos la respuesta sea cual sea, pues no es más que una forma de romper el hielo y para iniciar una conversación.

Perdón por tener que ser víctima para reconocerme como victimaria, no hay nada peor que sentirte culpable por sentirte mal.


Debo admitir que yo soy de las que tiene el chip, cuando me preguntan cómo me siento sin pensarlo respondo “bien, gracias”, así me esté desmoronando por dentro, porque socialmente, aunque no lo notemos con facilidad, nos han enseñado que a nadie le importan tus problemas, incluso cuando hablamos de esferas más cercanas como el círculo de amigos.


En la actualidad, a este fenómeno se le conoce como positivismo tóxico o positivismo extremo, en el que hay una tendencia a silenciar las emociones negativas, para imponer la necesidad de reflejar un estado de felicidad y optimismo falso. Y sí, a veces cae bien una dosis de positivismo, el problema es cuando llega para opacar los verdaderos sentimientos. 


Para poner un ejemplo de cómo cayó el velo ante mis ojos y empecé a darme cuenta de que he sido victimaria, les comparto que hace poco perdí al ser que más amo en mi vida, y aunque recibí muchas palabras de aliento, me abrumó que algunas personas minimizaran mi dolor y me invitaran a no llorar.


Justo en ese momento dejé de pensar en mi dolor y pensé en las veces que yo misma opaqué los sentimientos de personas que confiaron en mi sus tristezas y preocupaciones. Pensé en todas las veces que mi positivismo tóxico desconoció que los seres humanos somos frágiles y tenemos derecho a decir “me siento mal y no me quiero levantar de la cama”, y llorar hasta que no quede una lágrima más, sin que eso nos haga ser negativos.


Los sentimientos, positivos y negativos, ambos, hacen parte de lo que somos. Reconocerlos y dejarlos fluir nos invita a ser más fuertes, resilientes e inteligentes, emocionalmente hablando. Así que, no me volveré a presionar, ni a presionar a nadie, porque ahora entiendo que estar triste no está mal, llorar y quedarse en cama no está mal, no querer hablar no está mal. Tengo el derecho a sentirme así y reponerme sin desconocerme.


A veces un silencio, un abrazo o un “llora tranquila, sácalo”, vale más que un “por qué estás triste si lo tienes todo, por qué te aburres por tonterías, por qué te ahogas en un vaso de agua, la vida es bella...”. Perdón por tener que ser víctima para reconocerme como victimaria, no hay nada peor que sentirte culpable por sentirte mal.

 

 

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