Nuestra lengua viajera

John Jairo Aguirre Londoño
John Jairo Aguirre Londoño
Docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Actualidad

Alistar la maleta es quizás uno de los hechos más emocionantes que experimenta un viajero antes de abordar su medio de transporte en busca de lo desconocido. En esa simple ceremonia se conjugan los anhelos y expectativas que con tiempo de antelación se han acumulado. Sin embargo, viajar al pasado puede ser aun más excéntrico y cautivante. He aquí por eso, un breve itinerario a través de miles de años, justo desde los albores de nuestra lengua española, materna para muchos de quienes leen estas letras.

Al igual que un mochilero acumulador de experiencias, paisajes y kilómetros, Hispania (como la llamaremos de aquí en adelante) ha caminado a lo largo de los años para llegar hasta estas letras que hoy son nuestra común-unión. Hija de una madre despiadada (la reina latina engendrada por Roma muchos años antes de nuestra era), hoy devela en sus palabras vestigios altruistas del griego, huellas fonéticas del fenicio y estampas gráficas de la técnica cuneiforme que nació entre las aguas mesopotámicas del actual Irak.

 

"En 1492, la unificación de fuerzas de dos reinos preponderantes como Aragón y Castilla, expulsa a los árabes, justo cuando Hispania empieza a brillar con la lozanía de una adolescente vigorosa".

 

Y así, como hija pobre y desarrapada, Hispania hace parte de una familia extensa y disfuncional. Por eso, sabe de la existencia de sus hermanas que crecen como ella tan cerca de sus caminos (Gallega, Catalana y Portuguesa) o a millas de distancia, más allá de las montañas de la península (Italiana, Francesa y Rumana). Por supuesto, otras con menos suerte apenas sobreviven a las inclemencias y vicisitudes del sino y de ellas únicamente quedan las fotografías del álbum familiar; hablamos de Dálmata y Véneta, por solo citar a dos.

Hispania (que en la lengua de los fenicios significa tierra de conejos), encuentra en su itinerario, voces que la nutren y acicalan desde mucho antes del arribo de los romanos a los territorios del oeste europeo. Allí están los Íberos y los Celtas, autores de palabras como: camino, balsa, camisa y cerveza. Entonces Hispania bebe, calma su sed y se adapta a los nuevos caprichos del invasor de cascos con crestas. Y aprende palabras que en el DLE (Diccionario de la Lengua Española), aparecen con la marca léxica Del latín, y que constituyen más del 70% de las que actualmente empleamos en nuestra cotidianeidad; casa, cielo, fruta, libro y leer, son solo algunas.

Pero los romanos, como su gran imperio, se desploman cuando la historia así lo quiere. Las invasiones de pueblos como los Visigodos, procedentes de los latifundios alemanes, se apoderan de este, otrora paraíso de las liebres, y en su estancia prolongada le dejan a Hispania el talante bárbaro y pertinaz, matizado en palabras fonéticamente ásperas como: yelmo, guardia, guerra y tregua. Sin embargo, los bárbaros tampoco se hacen eternos en las praderas castellanas, y son desplazados por hordas que suben desde África y remontan los caminos a lomo de caballo (y tal vez camello y elefante como Aníbal); traen consigo a nuestra amada Hispania.

Los moros (también llamados musulmanes o árabes), le enseñan a la niña palabras con las que recrean sus propias realidades, aquellas que transportan en sus caravanas y dejan en su estancia de más de 700 años: aceite, azúcar, almohada, zanahoria y ojalá (esta última invocando a su dios Alá). Y son apenas algunas de las cuatro mil que aún persisten en sus testimonios. Nacen por esta época, (medieval para la historia), los primeros cantos que embelesaron sus oídos de infante, entre los que se destaca El mío Cid. Y con la magia juglaresca brota entonces su literatura.

En 1492, la unificación de fuerzas de dos reinos preponderantes como Aragón y Castilla, expulsa a los árabes, justo cuando Hispania empieza a brillar con la lozanía de una adolescente vigorosa. Se publica el primer reglamento que la rige, es decir la primera gramática de las lenguas romances por su abuelo, don Antonio Nebrija, y enseguida Hispania se embarca en tres carabelas a través del ponto, rumbo a la India para finalmente encontrar nuestra América. Desde entonces, las voces andaluzas y castellanas se esparcen por estas tierras y se mezclan con americanismos precolombinos como: chicle, maíz, tomate, papaya y tamal. Muy bien alimentada, Hispania, llamada también Castellana por algunos y finalmente Española por la mayoría, se queda y se fortalece en este mundo, y con más de 600 millones de personas que la avivamos todos los días desde nuestras sílabas y nuestros silencios, seguimos su itinerario que aún continúa.

 

Con colaboración: CLEAN (Centro de Lectura y Escritura Académica de la Universidad Ean) 

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