Literatura sostenible: claves para la supervivencia sistémica
Pablo Obando Guzmán
Docente y coordinador académico del Diplomado en literatura: modelos de emprendimiento cultural sostenible
Abril 27, 2021
Sostenibilidad
Ya decía Bataille que “un diccionario ya no da el significado de las palabras, sino sus oficios”: las definiciones son susceptibles a su naturaleza contextual, están condicionadas por sus propias virtudes para ser aplicadas. En ese sentido, sería caprichoso e infructuoso usar este espacio para intentar definir qué es literatura sostenible. Sí puede ser pertinente aprovecharlo para, de entrada, cortar un vínculo que en principio parece tentador: la literatura sostenible no es sinónimo de lo que bajo nuestro presente podríamos llamar “literatura exitosa”, aquella que ha sido producida con sumo cuidado para ser masivamente consumida.
De allí que para efectos de esta entrada me haya sometido a la penosa experiencia de buscar, abrir y leer un fragmento de un libro de Paulo Coelho, el más prominente expositor de la literatura masificada y masificable. Más allá del riesgo de escarnio público, creí necesario este sacrificio para hablar con conocimiento de causa. Pero no se trata acá de exponer las razones que lo han convertido en un autor reconocido, sino de entender las fórmulas de las que se vale para desarrollar su narrativa.
"Una literatura sostenible probablemente no le quite el valeroso récord Guinness a Coelho, pero sí puede entenderse y asumirse como un bien de consumo (incluso de consumo masivo) sin perder su capacidad de repensar el propio sistema del que inevitablemente forma parte".
En realidad, el singular es suficiente. La forma por él elegida es el simbolismo: crear una historia cuyo contenido pueda ser fácilmente asumido por cualquier lector como una metáfora de su propia vida. El método: construir su propia narrativa como una prescripción de respuestas definitivas para alcanzar el bienestar, la felicidad, la riqueza espiritual y tantos otros términos que se nos iluminan de su genio. La consecuencia: aquello que David Smail denomina “voluntarismo mágico”; es decir, el siempre rentable “puedes hacerlo por ti mismo”, “tu destino está en tus manos”, etc. En otras palabras, las incontables variaciones del arraigadísimo discurso de “el que es pobre es porque quiere” en nuestra siempre empática Colombia.
Esta podría ser la definición contemporánea de literatura exitosa, pero no necesariamente la de literatura sostenible. No entremos siquiera en los infinitos rincones oscuros a los que nos lleva cuestionar si esa es o no literatura. Quedémonos en pensar en qué consiste el adjetivo en este caso específico, y tal vez de allí se desprenda algún acercamiento valioso al sustantivo. La sostenibilidad no puede reducirse a la supervivencia (marginal, marginalizada) de las letras en un sistema cuyas necesidades suelen ser justamente contrarias a las que tradicionalmente puede ofrecer la literatura. Tal vez su sostenibilidad yazga entonces en su propia capacidad de actualizarse en función de un contexto específico, de no perder vigencia por el miedo a enfrentar las peligrosas y abrumadoras sombras del canon, la tradición y la siempre tentadora dignidad famélica del ego artístico. Porque en ese mínimo gesto combativo, en la incorporación de esa adversidad, es donde se consolida su potencial político.
La posibilidad de cuestionar verdades arbitrarias, de deconstruir ideas absolutas y de criticar marcos violentos no puede ser negociable, pero tampoco lo es que sigamos pensando en la literatura como una esfera aislada que es ajena a las problemáticas de la sociedad. Una literatura sostenible probablemente no le quite el valeroso récord Guinness a Coelho, pero sí puede entenderse y asumirse como un bien de consumo (incluso de consumo masivo) sin perder su capacidad de repensar el propio sistema del que inevitablemente forma parte.
Ya lo decía Bolaño: “La vida es demanda y oferta, u oferta y demanda, todo se limita a eso, pero así no se puede vivir. Es necesaria una tercera pata para que la mesa no se desplome en los basurales de la historia, que a su vez se está desplomando permanentemente en los basurales del vacío”. La “mesa humana” no se sostiene por sí sola. Sólo tiene tres patas, y en cualquier momento puede desplomarse. Dos son la economía, todo aquello que se puede vender y consumir, pero con esas dos patas no se puede sostener. Necesita, al menos, una tercera. El narrador de '2666' la llama “magia”: el placer, el sexo, el juego y, por supuesto, la literatura. Pero no hay una cuarta pata: la realidad se alimenta de su propia cojera, se sostiene en los límites de su compraventa.
Al final, entonces, puede haber una receta literaria para el éxito, pero no para la sostenibilidad. La confesión dolorosa y vergonzosa con la que comenzó este artículo cobra pleno sentido en esta ausencia de respuesta definitiva. Que la búsqueda de la literatura sostenible no pase por su propia definición puede ser un punto de partida prometedor. No dejará de alimentar el sistema que la (nos) hostiga día a día, pero lo hará con la certeza de que su entrega responde a una estrategia de divulgación y diversificación crítica y no a la reproducción irreflexiva del virus del “voluntarismo mágico”. Tal vez el pobre no es pobre porque quiere, sino porque un contexto ha despojado su cuerpo y su voz de toda posibilidad de agencia. Es allí, en la narración, en la exposición, en la reflexión, en la crítica y en la vivificación de esas condiciones que la literatura puede empezar a capitalizar sostenibilidad. Solo así fortalece la tercera pata de la mesa humana, y no las otras dos como con tanta elegancia y hambre lo han hecho Coelho, Chopra, Riso y sus infinitos discípulos y traductores.
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