Teletrabajo o presencialidad: dicotomía de la costumbre
Coordinador de Comunicaciones Internas
Gestión de Comunicaciones y Publicidad
Universidad Ean
De repente, nos invitaron a aislarnos preventivamente. A ser inteligentes y colaborativos. A contarnos lo más reciente de nuestras vidas a través de pantallas y abrazar la entrada de la virtualidad a las reuniones de trabajo, a las clases que solían dictarse en salones grabados en la memoria y a las celebraciones entre amigos, entre tantos espacios en los que la presencialidad era la norma general.
La instrucción parecía extraña y desnaturalizada, pero era obligatoria. Aplicaba a quienes temieron lo peor al saber que estarían confinados consigo mismos, a quienes dieron por perdida la armonía familiar segundos después de escuchar la palabra “cuarentena” y a quienes respiraron, aliviados, pensando en el prospecto de adoptar una dotación temporal de sudaderas y pijamas. Además, se extendía a los trabajadores menos afortunados que se veían obligados a salir a las calles si querían asegurar su sustento.
"La pandemia llegó para enfrentarnos a supuestos que dábamos por sentado y al miedo a lo desconocido".
Ante el riesgo que paralizó a millones de personas en el mundo, las mayorías hicieron caso. Empezó una rutina desconocida por muchos, en la que la incertidumbre era la única certeza y algunas de las viejas costumbres debían reaprenderse. Empresas y personas miraron con recelo la nueva normalidad: ¿disminuiría la productividad? ¿Provocaría una ola masiva de despidos?
Las respuestas a ambas preguntas se esclarecieron con el tiempo y variaron en función del caso, pero sería insensato desconocer que buena parte de la población mundial renovó sus significados de comodidad, practicidad y eficiencia con el auge de lo virtual.
De acuerdo con un estudio de ‘Great Place to Work®’, que midió la efectividad de más de 800.000 empleados de empresas de la lista Fortune 500 en Estados Unidos, entre marzo y agosto del 2020, la productividad de quienes trabajaron desde casa no solo no se vio afectada, sino que aumentó en hasta 13 % durante el periodo revisado.
Los hallazgos en cuestión se revalidaron en Colombia, a juzgar por el estudio ‘Workquake: el nuevo orden laboral’. En el desarrollo de una encuesta asociada a esa investigación, el 45 % de los colaboradores de empresas grandes y medianas del país afirmaron ser más productivos con el teletrabajo, mientras que el 41 % indicó que tenía la misma productividad con respecto a su trabajo presencial en la oficina.
Es cierto que la validez de los resultados podría variar según la industria, la compañía, los cargos o las personas que se tomen como referencia, pero es igual de razonable afirmar que la pandemia llegó para enfrentarnos a supuestos que dábamos por sentado y al miedo a lo desconocido.
Ahora, no deben perderse los matices al evaluar la influencia del teletrabajo en el mercado laboral. Es necesario reconocer que, en su momento más álgido, pudo haber aumentado el estrés y las horas de trabajo de miles de personas, como también es importante señalar que su implementación conlleva dificultades particulares en economías en vías de desarrollo.
Sin embargo, la acogida indiscutible de esta modalidad trae lecciones que merecen trascender en lo colectivo y lo institucional: lo familiar no es necesariamente sinónimo de lo ideal, las crisis abren camino a las oportunidades y abrazar el cambio es la mejor manera de aceptar nuestra incapacidad de evitarlo.
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