¡Cuidado, bogotanos al volante!
Enrique Gilles
Docente de la facultad de Administración, finanzas y ciencias económicas - Universidad Ean
Diciembre 17, 2019
Actualidad
Hace unas semanas, tuve la oportunidad de viajar a Brasilia por un evento académico. Paseando por las grandes avenidas de la capital federal de Brasil (una ciudad concebida y diseñada en los años cincuenta en torno al paradigma del automóvil), recordé algunas cosas que sentí cuando llegué a Colombia, por allá un 20 de julio de hace más de una década.
Una de las cosas que más me llamó la atención en Brasilia −tal vez la más interesante− fue darme cuenta de que los conductores, frente a un cruce, un Pare, u otra situación, se miran a los ojos como mecanismo para decidir quién tiene el paso.
Y son precisamente esos microsegundos de contacto visual los que hacen toda la diferencia. Unos ceden la vía, otros agradecen muy amablemente y todo fluye un poco más. ¡Tudo muito bonito!
Allí, recordé una de mis primeras impresiones de Bogotá: ¡la gente no se mira en la interacción en nuestras calles! Y así, además de ese, tuve otros recuerdos de aquella época en la que llegué al país. El común denominador de estos comportamientos radica en la dificultad para comprender que no estamos solos en la vía, sino estamos compartiendo el espacio público con los demás. Si tuviera que hacer una caricatura, imagino a los bogotanos en el tránsito como seres que viajan cada uno en una burbuja hermética, totalmente ajenos a los estímulos del mundo exterior. ¡Muchas veces vamos con auriculares conduciendo!
Para mejorar esa interacción, además de mirarse un poco a los ojos, se necesita un sistema de códigos (muchos de ellos no escritos), que nos ayuden a lograr un resultado socialmente aceptable, como no generar trancón. Uno de esos códigos está basado en la empatía, que no es otra cosa que la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.
Aquí, la Teoría de Juegos es una herramienta estupenda para entender esto. Ante la evidencia de un trancón, todos tenemos dos opciones: ser empáticos o ser patanes. El resultado socialmente deseable es que nos comportemos empáticamente, porque de esta forma no se forma el trancón adicional y todos llegamos antes a nuestros destinos, sin contar el ahorro en salud mental. Sin embargo, estamos motivados, individualmente, a comportarnos como patanes. Resultado: la suma de estos comportamientos genera un mayor tráfico vehicular y todos salimos perdiendo.
“Ante la evidencia de un trancón, todos tenemos dos opciones: ser empáticos o ser patanes”.
¿Qué vemos día tras día en las calles de Bogotá? Una serie de patanerías. Lo siento, pero es así. Uno de mis enigmas más grandes en relación con los colombianos ha sido el siguiente: ¿cómo es posible que esta gente tan querida en la vida cotidiana, en el trato personal en el trabajo, en la familia, en el estudio... se conviertan en perfectos patanes en el tránsito? En efecto, los colombianos son reconocidos por ser súper amables, solidarios, hospitalarios, optimistas, trabajadores y creativos. Entonces, ¿qué pasa?
Un amigo psicólogo me decía que eso era un tema de salud mental. No lo sé. Como economista interesado en temas urbanos, me preocupa que con el desarrollo económico seguirá aumentando la cantidad de carros en nuestras ciudades, por lo cual, si no hacemos algo, la congestión solo va a empeorar.
Mientras esperamos soluciones como el Metro, ¿cómo pasamos de ese código no escrito que favorece a la acción individual, egoísta, patana, cerrada sobre sí, a un código que esté basado en la empatía hacia los demás? ¿Cómo lo han hecho otras sociedades?
En todos los casos, se me ocurren al menos tres dimensiones: políticas de educación vial que comiencen desde el colegio explicando derechos y deberes en la vía pública; una mejor fiscalización de los comportamientos de los conductores (la famosa política de 'tocar el bolsillo' que nunca falla), y una amplia campaña publicitaria, que nos cambie el 'chip patán' al 'chip de la empatía'. Serían algunas humildes ideas para la alcaldesa electa de Bogotá.
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