Paremos... ¡Hagamos las paces!

Ruth Viviana Patiño
Estudiante de Lenguas Modernas - Universidad Ean
Actualidad

El ambiente nacional de las últimas semanas se ha visto claramente agitado. Cansados de tantas disonancias del Gobierno Nacional, los colombianos se han concentrado en varios puntos del país, sin importar el clima, la hora ni el día, para protestar por lo que algunos han calificado el “paquetazo neoliberal de Duque”. 

Y en medio de tanta turbulencia, gritos, cacerolazos, protestas y promesas que no se cumplen, me entristece profundamente ver cómo mis compatriotas se enfrentan y se agreden. Por esta razón, como una profesional en formación, rechazo desde las aulas toda muestra de violencia de parte de la población civil y la fuerza pública. 

En mi vida laboral he visto esas dos violencias, he luchado por las dos y he llorado la muerte de las dos. No es cuestión de pararse en una orilla con un cartel y gritar, no se trata de eso, porque si de algo estoy segura es de que todos deseamos tener un futuro prometedor cualquiera que sea la labor que desempeñemos.

Tampoco hace falta citar nombres ni casos de personas heridas o que han muerto a causa de estos sucesos, no porque no importen, sino porque lo único cierto y lo más triste es que nos estamos matando entre nosotros, que somos de un mismo bando, de un mismo equipo, de esta gran familia nacional.  

Tras más de 10 días de encuentros pacíficos, marchas, cantos, bloqueos y manifestaciones de todo tipo, hemos visto en las calles que ni la edad ni la condición física han sido un impedimento para expresar la inconformidad respecto a todos los anuncios del gabinete presidencial en los distintos ámbitos, la creación de un holding financiero para enmascarar la privatización de varias empresas estatales, la corrupción, el incumplimiento de los acuerdos pactados en anteriores mesas de negociación en los paros estudiantiles y campesinos, en fin. 

 

 

“En mi vida laboral he visto esas dos violencias, he luchado por las dos y he llorado la muerte de las dos”.

 
 

Y sí, yo, al igual que muchos de mis compañeros y otros estudiantes de distintas universidades, estoy cansada de asumir las consecuencias no solo de estos incumplimientos, sino también de los desfalcos a las arcas públicas. Estoy cansada de tanto descaro y falta de honestidad del sector público, y de ver cómo el Gobierno “administra” el recaudo fiscal y cómo nos quedamos de brazos cruzados mientras el Banco Mundial ratifica a Colombia como el país más desigual de Latinoamérica y el segundo más desigual del hemisferio, después de Haití, solo por citar una causa. 

Pero, ¡ojo!, en estas manifestaciones no están presentes las personas que nos han causado ese daño, quienes nos han dejado en ese no honroso primer lugar, quienes nos roban, quienes están lucrándose a expensas de nuestro trabajo. ¡No!, en las protestas están las personas que quieren un cambio, jóvenes que quieren gozar de un salario y condiciones dignas de trabajo, personas que desean gozar de una pensión después de una vida entregada a su labor, personas que quieren seguir construyendo. Es ahí donde debe radicar nuestra esperanza, es ahí donde radica la mía.  

Aunque por motivos laborales no he podido salir a las marchas, este documento es mi carta para hacer un llamado enérgico a hacer un alto y reflexionar sobre las mil y una inconformidades que presenta la juventud de este país. Está claro que urge un diálogo y un acto de escucha e intercambio activo de ideas donde prime lo que le ha faltado en muchos momentos a este paro nacional: el respeto

¿A qué me refiero? A hechos loables como el del pasado 27 de noviembre, cuando un grupo de músicos nos dejaron callados con su cacerolazo sinfónico en el Parque de los Hippies, en Bogotá. Allí cumplieron la cita niños, jóvenes, adultos y ancianos, quienes con instrumentos y sus voces lograron sensibilizar, erizar, tocar fibras y llamar la atención para hablar en paz, como bien lo dijo Guerassim Voronkov, el director  musical de aquella banda. 

Por eso, mi esperanza está puesta en el ingenio, la creatividad y deseo de avanzar que radica en cada uno de nosotros, para ser mesurados y continuar en el proceso de escucha y construcción de un país mejor a través del diálogo y la reconciliación. Lo hemos hecho antes, entonces lo podemos seguir haciendo ¡Adelante! 

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