¡Culpables, hasta que se nos demuestre lo contrario!

Docente Facultad de Estudios en Ambientes Virtuales - Universidad Ean
Luisa Fernanda Ramírez Sánchez

Docente Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Ean

Actualidad

Aterra ver que por estos días se necesita acudir al papel y a una firma para garantizar el cumplimiento de un pacto, trabajo o compromiso de pago –y no me refiero solamente a situaciones del sector financiero, sino a casos de cercanía personal–, pues el valor de la palabra y la promesa han perdido validez, están rotas desde hace tiempo. 

Pero, aterra aún más saber que dentro de esta misma línea se circunscriben situaciones tales como tener correos de prueba para demostrar y defender acciones y compromisos a nivel laboral, tener que grabar con los smartphones para demostrar que un hecho es verídico, tomar capturas de pantalla para comprobar la realidad de un mensaje.  Nos encontramos en el punto en donde lo más importante es tener la prueba reina y así lograr credibilidad.

Basta con devolvernos en el tiempo unas semanas para ver más claro el panorama aquí planteado: los medios de comunicación y las redes sociales registraron el escándalo que se produjo al interior de un reconocido supermercado en Bogotá, que indignó a muchos. Ese día, en televisión, radio, prensa y portales web, vimos cómo una cliente que ingresó a comprar maquillaje en dicho establecimiento resultó esposada, detenida y trasladada a una Unidad de Reacción Inmediata (URI) al ser acusada de robo. Horas más tarde, tras revisar las cámaras de seguridad, la cadena anunció a través de un comunicado que había cometido un error. ¡Vaya error!

Ese es apenas uno, entre miles, de los ejemplos que confirman que nuestro entorno está tan viciado de deshonestidad y corrupción en diferentes niveles que ya no se presume la inocencia y ni la palabra ni la verdad misma son garantía.

 

 
 

"Estamos tan viciados de deshonestidad que ya no se presume la inocencia y ni la palabra ni la verdad misma son garantía".

 

 

Sin detenernos en el ámbito político, en el que ya es bien sabido que reina la doble moral, podemos decir que el poder de la palabra está hoy reducido porque socialmente hemos perdonado e ignorado situaciones que desde la objetividad resultan inaceptables. 

Son muchas las situaciones que se quieren enmarcar equivocadamente dentro de la viveza, astucia o inteligencia, como cuando algunas madres ven que sus hijos pequeños traen del colegio un objeto ajeno, pero se refieren al tema con "esas cosas pasan entre niños" o "mi hijito es muy astuto", en lugar de reprender estos comportamientos y aprovechar estos escenarios para forjar desde ya un adulto íntegro. O como cuando unos celebran el hecho de saltarse los torniquetes de TransMilenio y no pagar el pasaje de este sistema de transporte, con el argumento de que "el servicio es deficiente y costoso". O cuando alguien defiende a quien hace un robo porque "la situación del país está muy dura", como si para quienes deciden vender dulces en una esquina fuera más fácil el panorama.

Lo anterior, quizá, sea una de las explicaciones a la tendencia que tenemos de dar por hecho que el otro es culpable, por una u otra razón. ¿Cómo creer en la presunción de inocencia cuando estas situaciones son 'pan de cada día' y cuando juzgamos al otro con la misma facilidad con que aceptamos, justificamos y excusamos la trampa, el soborno y otras conductas reprochables? Definitivamente, tendremos que poner en práctica nuestros valores y no negociar nuestra honestidad si queremos que algún día la palabra, el compromiso y las promesas recuperen su valor. 

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