Camilo Jiménez Santofimio: más allá del periodismo

Nuevos medios
Por
Catalina Ceballos
Agosto 4, 2020 Comparte

Camilo Jiménez Santofimio, tiene 38, nació en Bogotá, periodista, editor y emprendedor cultural y de medios. Ha vivido largos períodos en Alemania, desde donde nos contestó algunas preguntas para CATARSIS. Actualmente Camilo es asesor de medios y será profesor de el pregrado en comunicaciones y del diplomado sobre narrativas transmedia, sociales y culturales de la Maestría en Gestión de la Cultura.
 

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Camilo, ¿cuál recuerdas como el primer gesto de curiosidad o interés, en tu infancia o adolescencia, por el periodismo?

Hubo tres momentos importantes. El primero pertenece a recuerdos remotos y tiene que ver con la revista Semana, que llegaba todos los domingos a mi casa. Usualmente, mi familia y yo salíamos de Bogotá los viernes para visitar a nuestros parientes en el Tolima y volvíamos el domingo en la tarde. Yo siempre veía que lo primero que mi papá hacía cuando llegábamos a casa era tomar la revista y sentarse a leer, a veces por varias horas. Parecía un autómata, forzado a cumplir ese ritual todas las semanas. Eso despertó en mí una curiosidad que terminó de materializarse cuando, siendo todavía muy joven, empecé a buscar la forma de apoderarme de la revista antes de que mi papá pudiera encontrarla al regreso de esos viajes al Tolima . Me metía a mi cuarto o al baño y la examinaba. El segundo recuerdo también está relacionado con esos años de descubrimiento del periodismo. Durante mucho tiempo yo apenas ojeaba titulares, sumarios y fotos, y eso fue calando y creando en mí la imagen de un país mucho más complejo y atribulado que el que había conocido en una infancia más bien apacible. Pero de pronto –yo tendría doce o trece años– hice un descubrimiento más: empecé a interesarme poco a poco por el texto tremendamente bien escrito, mordaz y deslumbrante, que en esa época aparecía en la última página de la revista: la columna de Antonio Caballero. Ahí comenzó seriamente mi amor por el periodismo. Entendí que en ese oficio residían, ante nada, la posibilidad de la crítica y una forma razonable y sensible de la incidencia con la que yo podía identificarme. Luego pasaron los años, terminé el bachillerato, salí del país y solo cuando estaba en la universidad, cursando el cuarto semestre de Filosofía e Historia en Alemania, volví al periodismo. Lo hice en un momento de necesidad. Estaba desesperado por saber qué iba a hacer con mi vida si las perspectivas académicas que me ofrecían mis estudios no terminaban de ilusionarme. Un día, de repente, recordé mi admiración por Caballero y esos domingos de inmersión en Semana. Me dije: ese camino sí me interesa. Y me metí en el periodismo.

 

Decidiste estudiar filosofía. ¿Qué relación hay, en el campo de tu formación, entre la filosofía y el periodismo?

Yo estudié Filosofía e Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Humboldt de Berlín, en Alemania. Cuando estuve en esa universidad todavía se aplicaba el modelo de educación superior concebido en el siglo XIX por Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander –el famoso explorador– y ministro de Educación en una época en que se dieron en el Estado alemán reformas humanistas que determinaron la arquitectura de la sociedad alemana hasta hoy. En relación con la educación universitaria, Humboldt partió de la base de que el ingreso de un estudiante a la universidad debía ser el ingreso de un ciudadano al ámbito de la investigación académica y científica. Por eso, el estudio estaba pensado de tal forma que, desde el principio, lo más importante eran la capacitación del estudiante y su participación en esfuerzos académicos; no tanto la absorción de información y la evaluación, que es como los primeros años de universidad funcionan en otras partes. Ese énfasis en la rápida vinculación a la academia y a la ciencia buscaba que el estudiante pudiera hacer propias las herramientas críticas, técnicas e intelectuales, de su campo y que con esas herramientas pronto él mismo pudiera salir a producir conocimiento. Esa experiencia fue para mí determinante. Yo siempre le había temido a la universidad, si de lo que se trataba era de entrar a un salón para que le metieran a uno información a la fuerza y después evaluaran cuánto de ella podía repetir uno como un loro. Aborrecía la idea de tener que pasar mi tiempo en un lugar en que la prioridad iba a ser la imposición de saberes, la sumisión al poder del docente y la competencia insensata por el conocimiento en cantidades. En Berlín, por fortuna, encontré un espacio distinto, donde yo mismo podía ser un generador de conocimiento. Se trataba, entonces, de aprender a producirlo bajo principios científicos y académicos. Y eso me pareció fascinante, sobre todo porque podía aplicarse también a ciencias humanas como la Filosofía y la Historia. Los ocho años que estuve en esa universidad fueron fundamentales para sentirme tranquilo cuando decidí dedicarme al periodismo, pues, en el fondo, este es un oficio que funciona bajo reglas muy similares. También el periodismo produce conocimiento, y el mejor periodista es quien mejor sabe usar las herramientas intelectuales y técnicas del oficio. Esa es la única condición del periodismo. Todo lo demás es, y debe ser, libertad.


 

En algún momento decidiste entrar del todo al campo del periodismo. ¿Qué te hizo tomar esa decisión?
 

Creo que hay algo fundamental en mi temperamento que, en la época en que empecé a plantearme seriamente la pregunta de qué iba a hacer con mi vida después de la universidad, no me dejaba imaginar un futuro en el ámbito académico. En Alemania, la perspectiva inmediata, y relativamente positiva, para una persona recién graduada de Filosofía o Historia es la carrera académica: un doctorado, un posdoctorado, un puesto bien pago en una universidad. Y las implicaciones de eso –el aislamiento del mundo, la desconexión de la actualidad, la dedicación intensa a un solo objeto de investigación, las compulsiones, a veces solipsistas, de la academia– no me interesaban. Me llamaba mucho más la atención lo que pasaba en el mundo. Yo comencé la universidad en el mismo septiembre en que destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York y empezó la llamada guerra contra el terrorismo y vi de lejos, pero con dolor el desatamiento de una nueva fase del conflicto armado en Colombia con el ascenso de Uribe al poder. No quería estar lejos de eso. Y quería creer, supongo que también por cuenta de mi temperamento, que cambiar las cosas era posible, al menos contribuir a cambiar y formar criterios. El periodismo fue el camino.


 

Hiciste un diplomado en periodismo digital, a pesar de que ya venías muchos años practicando el periodismo, incluso ya estaba claro que te gustaba el periodismo cultural y social. ¿Qué consideraciones tuviste para hacer ese diplomado?

El diplomado en Periodismo Digital que hice en la Universidad Javeriana fue parte de una iniciativa de Publicaciones Semana de darles a todos los periodistas de la redacción la posibilidad de formarse en una rama del periodismo que exigía con urgencia una actualización de las herramientas del oficio. Yo había vuelto a Colombia y trabajaba como editor de reportajes y de la sección Enfoque de la revista Semana, y junto con colegas de diversas edades y trayectorias participé en ese diplomado con un interés auténtico en aprender a producir conocimiento periodístico en múltiples medios, canales y plataformas digitales. Yo ya había tenido que hacer periodismo digital, tanto en Semana como en otros medios para los que había trabajado durante mis años en Alemania, pero fue bueno recibir esa actualización, que, a la vez, no fue más que eso. De esa experiencia algunas cosas me llamaron la atención. Una tenía que ver con la renuencia de muchos periodistas a entender la necesidad de abrazar el mundo digital, lo cual requiere un grado de humildad del que, para mi sorpresa, muchos colegas carecen. Y no solo hablo de periodistas mayores, separados de la posibilidad o la voluntad de querer hacer periodismo digital o transmedia quizá por creer que pertenecer a otra generación justifica ignorar, subestimar o repudiar las nuevas formas de trabajo periodístico. También sentí esa distancia y esa actitud en periodistas más jóvenes, a veces conquistados por la idea, en mi opinión falsa, de que hay un mejor periodismo que es incompatible con las dinámicas del mundo digital. Otra cosa que recuerdo de ese diplomado fue el énfasis en la capacitación técnica y no tanto en la formación intelectual y crítica, que es, en el fondo, la que se requiere para formar capacidades de liderazgo en el periodismo y, en general, en la producción de contenidos independientes. Es interesante saber manejar un programa para editar un video y poder colgarlo en Facebook, pero es fundamental saber concebir el contenido de ese video, tener los conocimientos y la capacidad crítica para que refleje clara y verazmente un aspecto de la realidad, coordinar con un equipo su realización y difusión para producir un impacto. Esas capacidades en Colombia nos faltan, también en lo digital.


 

Entonces, eres filósofo e historiador, pero rápidamente la práctica y la vida te llevaron al periodismo. Tu caso no es inusual. Encontramos muchos periodistas con historias similares, que se formaron en otras disciplinas, pero ejercen la profesión periodística. ¿Por qué crees que esto sucede?
 

Lo que distingue al periodismo de otras formas de la comunicación crítica es que hay unas reglas de juego que surgen de un consenso sobre lo que define al periodismo: la necesidad de la veracidad y la obligación del equilibrio. Esas reglas tiene que aprender a conocerlas, aplicarlas y, claro, también a cuestionarlas y renovarlas cualquier persona que quiera ejercer el oficio. Ese aprendizaje crítico de los principios del periodismo puede darse en una universidad o en un instituto técnico de formación superior, pero también en los espacios diseñados para eso como las prácticas profesionales –cada vez más escasas y precarias, hay que decir– o las escuelas de periodismo. O en la misma práctica: haciendo periodismo, aprendiendo de los errores, mostrando humildad frente a un objeto de trabajo que siempre será más grande que cualquiera de nosotros: “la realidad”. Lo que sí me parece importante subrayar en relación con quienes llegan al periodismo de otros campos del conocimiento es que a veces la experiencia en otros ámbitos, en el trabajo académico o el ejercicio de otros oficios de incidencia social, política o cultural sienta bases que pueden ser útiles para un periodista a la hora de tener que abordar un tema complejo o concebir y ejecutar un proyecto que atraviesa diferentes disciplinas o diferentes capas de la sociedad. En ese sentido, yo estoy muy agradecido de haber tenido la posibilidad de haber estudiado otra cosa, y que esa otra cosa hayan sido nada menos que la Filosofía y la Historia. Y a la vez, creo que no sería el periodista que soy hoy –anotando a la vez que soy bastante imperfecto y todavía necesito aprender– si no hubiera pasado por el semillero de editores y reporteros del Süddeutscher Verlag, una escuela de periodismo que tuve la fortuna de visitar en Alemania, gracias a una beca que recibí después de terminar mis estudios.
 

El periodismo es un campo muy extenso, que abarca la reportería, la crónica, la especialización temática, formatos y plataformas. En el caso del periodismo cultural, tu énfasis fue el pensamiento crítico sobre un sector que cobija las expresiones artísticas y las prácticas culturales. ¿Por qué decides tomar este camino?

Creo que un periodista o un medio de comunicación que quiere dedicarse a producir conocimiento crítico sobre lo que llamamos cultura debe preguntarse si realmente sabe a qué se enfrenta. Querer entender la cultura de manera parcial, es decir, buscar concebirla apenas como una plataforma que reúne y les da visibilidad a las expresiones de las artes y al ingenio humano es querer ver solo la superficie. Y eso me parece sospechoso. No creo en un periodismo cultural que se considera un escenario neutro y que piensa que así puede hacer la labor completa. Si uno mira con cuidado, debajo de esa superficie se encuentran lo más interesante de la cultura y las oportunidades más grandes para hacer periodismo cultural. La cultura es la búsqueda de rumbos, individuales, comunitarios, planetarios. La cultura es una confrontación permanente con la pregunta por la identidad, y porque esa es su vocación es que en su centro están la crítica y la creatividad. Vista así, la cultura recorre todos los aspectos de la vida humana, los hace posibles, asequibles, enunciables, y tiene una capacidad transformadora que rebasa en alcance y profundidad a cualquier otra iniciativa de cambio, así el tipo de cambio que ofrezca no corresponda a un imaginario de progreso. Si el periodismo cultural se enmarca ahí, en la cultura como cuestionamiento y confrontación con lo esencial, sus alas de repente se abren y es un periodismo sobre la vida del ser humano en este planeta. Y eso por supuesto incluye, de manera central, a las artes. 

 

En tu carrera te has encontrado con medios y personas que han hecho un trabajo importante. Mencióname algunos.

Quiero mencionar a tres personas. El primero es Christian Schmidt-Häuer, un veterano reportero alemán que ya debe estar por los ochenta años y que fue, durante un par de décadas, corresponsal en Moscú durante la Guerra Fría. Lo que me impresionó cuando lo conocí en el periódico Die Zeit, en Hamburgo, es que era una figura de otros tiempos: un hombre que cargaba dentro de sí el espíritu de una parte de la historia mundial y que, más allá de ser un excelente periodista de vieja guarda (teléfono, grabadora, bloc de notas, memoria de elefante), era una fuente de conocimiento única, porque era capaz de transmitir la esencia de una cultura y de un tiempo, no solo información. En otras palabras, hablar con él y leer sus historias permitía entender la experiencia de una época, cosa que muchas veces ni el periodismo ni la investigación historiográfica logran transportar. De él aprendí a atesorar el valor de la subjetividad en el ejercicio periodístico. El segundo no es una persona, sino el grupo de periodistas que hicieron posible que Semana, un medio de comunicación originado en la élite colombiana y por mucho tiempo servil de los intereses del poder, pudiera convertirse en un difusor de información crítica e independiente que llevó a que el presidente más poderoso y siniestro que ha tenido Colombia en los últimos cuarenta años tuviera, de repente, un adversario que lo denunció, lo desnudó y terminó por tumbarlo, más allá de que hablar de tumbar a Uribe suene raro en un país en que su influencia todavía es tan grande y tan negativa. Esa revista Semana la hicieron personas muy específicas, todos periodistas profesionales, valientes y tremendamente serios, de los que aprendí que el ejercicio del oficio en Colombia exige sacrificios puntuales y un compromiso con ideales democráticos y sociales con los que uno, como periodista, puede y debe comulgar. Ahí de nuevo: la dimensión subjetiva, crítica y política del periodismo. Por último, quisiera mencionar a Marianne Ponsford, fundadora de la revista Arcadia, impulsora del proyecto periodístico de crítica cultural más ambicioso y exitoso que ha tenido el país en los últimos años y que, tristemente, fue sometido a una purga violenta de la cual el equipo del que yo formaba parte, el consejo editorial, colaboradores y aliados fueron víctimas. En ese proceso, la mayor víctima fue ella, pues ella entregó años enteros de su vida a sentar un hito y transformar así las dinámicas del sector cultural nacional.
 

¿Cuál es tu diagnóstico sobre los medios culturales en Colombia? ¿Qué están haciendo? ¿Su objetivo es puramente de difusión o circulación o crees que hay un ejercicio de formación, de invitación al pensamiento crítico, de promoción?

Con base en lo que te he dicho, creo que falta crítica, falta periodismo y falta independencia. Ah, y falta también apertura a una renovación real en términos de miradas, formatos, plataformas y personas. Aunque debo decir que la transformación que están intentando hacer en El Malpensante se siente verdaderamente distinta de otras que fracasaron en el pasado; siento que hay una voluntad de cambio, quizá ante la situación tan crítica. Y bueno, hay medios culturales como 070, hechos desde el comienzo desde una perspectiva sofisticada y renovada de lo que es la cultura.

Harás parte del equipo de profesores de la Universidad Ean, darás el diplomado en Narrativas transmedia sociales y culturales y también estarás en la nueva carrera de comunicación, tu aporte es muy importante para la Universidad, pues vienes de la práctica, trasnochos para cierres, enfrentamientos con la actualidad, controversias y debates sobre la actualidad socio cultural del país. ¿Qué tan importante es entender, leer, estar al día con la actualidad del país para enfrentarse al periodismo cultural?

Es, digamos, el principio de las cosas. Sin eso, no hay nada. Ni periodismo, ni cultura. 

 

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