Las mamás de una generación consciente

Sandra Corredor
Estudiante de la Maestría en Gerencia Estratégica del Diseño - Universidad Ean
Sostenibilidad

Por un buen tiempo, mi rutina mañanera iniciaba con reflexiones y estrategias para generar un cambio de hábito en mi hija Tatiana.

Ella se levantaba muy temprano a arreglarse para irse al colegio, gozaba tomar duchas largas en las que cantaba y, me imagino, bailaba. Mientras yo preparaba el desayuno pensaba cómo lograr que ella fuese consciente del impacto negativo que generaba al gastar tanta agua.

Inicialmente, le daba cátedra sobre la escasez de agua y cómo en otros lugares del mundo no contaban con la mínima para preparar un desayuno; le hablaba de cómo el agua era un recurso natural que se podría agotar y le suministraba datos que encontraba en Internet.

En otro intento me levantaba más temprano y le pedía que me tomara el tiempo de mi ducha, pero ella solo me miraba y no reaccionaba.

En mi tercer intento fui más radical. Le avisé anticipadamente que bajaría la fuente de luz si se tardaba más de cinco minutos en la ducha; lo hice y se armó la de Troya. Pero seguía igual, tenía 7 años y para ella lo único importante era su ducha larga y placentera. ¡Entonces sentí que había perdido la batalla!

 

 

“En mi tercer intento fui más radical. Le avisé anticipadamente que bajaría la fuente de luz si se tardaba más de cinco minutos en la ducha; lo hice y se armó la de Troya”.

 

 

Desde que vivo sola, recolecto las tapas de las botellas de gaseosa, guardo frascos de vidrio y los tubos del papel higiénico, separo los materiales inorgánicos de los orgánicos, ajusto los reguladores de salida de agua en los grifos de los baños y la cocina, reutilizo el agua de la lavadora para los baños y tengo bombillos ahorradores.

Crecí con mi abuela y ella fue muy enfática en esos hábitos. Justamente, recordando a mi abuela me hice consciente de que ella jamás me dio charlas ni me presionó al respecto; solo la veía hacerlo y, tal vez por imitación, lo incorporé en mi vida.

Así que decidí empezar a mercar con Tatiana y en este proceso hablamos de lo clave de comprar productos amigables con el ambiente, ya que algunas veces nos llenábamos de cosas que no necesitábamos pero que por influencia de otros adquiríamos.

En casa le empecé a pedir ayuda con la bolsa de reciclaje y cada vez que teníamos un producto en la mano evaluábamos cómo reutilizarlo, hasta que se volvió un hábito hacer actividades juntas con materiales que provenían de nuestras compras.

 

 

“En casa le empecé a pedir ayuda con la bolsa de reciclaje y cada vez que teníamos un producto en la mano evaluábamos cómo reutilizarlo, hasta que se volvió un hábito”.

 

 

La ropa que se le iba quedando la revisábamos y ella la organizaba para regalarla a alguien más que le sirviera; con los juguetes no fue tan fácil, pero logré que los seleccionara y, por frecuencia de uso, decidiera regalárselos a otro niño.

Hoy mi hija se tarda menos de 3 minutos en la ducha, vive pendiente de cómo manejamos los residuos y nos da cátedra cuando ve que compramos algo que ella considera innecesario; hace parte de la comunidad de Greenpeace y es una activista ambiental que cree firmemente que todos construimos el planeta con las decisiones y acciones que emprendemos en el diario vivir.

¿Cuál es mi reflexión de esto? Pues que como madres tenemos la responsabilidad de enseñar con el ejemplo a estos “nuevos ciudadanos” del mundo para que actúen responsablemente y analicen el impacto de sus decisiones de moda, bienestar, alimentación, trabajo y hasta economía a la hora de consumir productos. La idea es siempre lograr equilibrio entre los deseos y el bienestar colectivo.

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