La JEP bien vale una misa

En 1593, católicos y protestantes franceses se enfrentaban para lograr el poder político. Enrique de Borbón, de la casa protestante, se convirtió al catolicismo para poder gobernar y, al mismo tiempo, finalizar el conflicto. De él se dice que proviene la frase conocida “París bien vale una misa”.

Esa decisión fue una irreverencia religiosa, pero también una estrategia política que permitió, en medio del caldero de una guerra de fe sin solución, que el 22 de marzo de 1594 Enrique IV entrara a París como rey. 

Como en esa guerra religiosa, las instituciones políticas de nuestro país se encuentran cada día más polarizadas, con voceros que a veces rayan en la blasfemia o en el insulto, dejando atrás el sueño de la Constitución del 91 de un país diverso en su manera de hacer política, para convertirse en una caricatura que va tomando cada día más tintes de blanco o negro, de mesías y anticristos.

Por ello, considero positivo el espaldarazo que dos pesos pesados de la política han dado a la JEP en estas últimas semanas: Germán Vargas Lleras, de Cambio Radical, y César Gaviria, del Partido Liberal. Su apoyo significó para el Congreso un inesperado giro en la balanza, que repercutió directamente en la votación del 7 de abril en la Cámara de Representantes, con 110 votos a favor y 44 en contra del rechazo a las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP propuestas por el presidente Iván Duque.

Los medios han atizado la contienda política con amarillismo, incomodando a una audiencia que resume el debate en términos de paz o guerra, de impunidad o justicia, o simplemente de buenos y malos. 

Sin oponerse a la presidencia, Vargas Lleras está jugando unas fichas políticas que en este momento trascienden la disputa partidista, y esa estrategia recuerda la de Enrique IV. Aunque herido por el resultado de las elecciones presidenciales, en este momento tiene más sentido apostarle a un Estado, que conservar la obstinación recalcitrante de un sector político con una batalla que augura pocas recompensas. 

En ocho meses de gobierno, Duque ha demostrado lealtad hacia quienes lo apoyaron a él y al uribismo, a costa de derrumbar como castillo de naipes muchas de sus promesas políticas. La “ilegalización” de la dosis mínima, el alza en impuestos de consumo y su postura ante Venezuela se sintieron como favores poscampaña. Pero la mejor manera política de dar las gracias ha sido, sin duda, a través de las objeciones a la JEP.

Y estas objeciones las llevará hasta el final, con Macías enfocando la energía del Senado únicamente hacia ese propósito, a sabiendas de que es muy probable que no se llegue a nada. 
Comparto la opinión de Humberto de la Calle de hace unos días, en la que expresaba que lo único que se logrará con la objeción es el desgaste institucional de las ramas del poder colombiano. Desgaste producido por la testarudez y la obstinación de no aceptar una negociación que para el Siglo XXI era la única salida posible al conflicto armado colombiano. 

Ojalá otros líderes políticos sigan el camino de Gaviria y e Vargas Lleras. Ojalá el mismo Duque se lo piense dos veces, pues aunque no compartan los mismos credos, la JEP bien vale una misa.