La ciudad de Barranquilla desde hace más de dos décadas se debate en una polémica a propósito de sus fiestas de carnaval, fiestas que se realizan en los países de tradición cristiana justo antes de iniciar la Cuaresma.
La polémica se centra entre quienes consideran que el carnaval debe ser una industria cultural del entretenimiento de la economía naranja, y quienes defienden la fiesta popular, como una tradición de la cultura popular de la región Caribe, que no se ha perdido, ni mucho menos extinguido, sino que se ha prohibido y censurado, negándole a la población el goce pagano y transformador del carnaval.
Para contextualizar el debate, es de relevancia remitirnos al concepto de carnaval como fiesta en el marco de la cultura popular. Estas formas de cultura tradicionalmente atribuidas a las clases sociales desfavorecidas, en oposición a la cultura de las élites, considerada como cultura “oficial”. Los y las portadoras de la tradición y el patrimonio material e inmaterial de la cultura popular del Carnaval de Barranquilla, Distrito Comercial y Portuario, ubicada en la costa Caribe colombiana, han desempeñado un papel muy importante en la conservación de las tradiciones, usos, costumbres, hábitos y comportamientos en el territorio Caribe, además, de la preservación de los elementos socioculturales de generación en generación.
Hoy, los y las Hacedoras de Carnaval se sienten amenazados y en riesgo potencial. La supervivencia de las numerosas expresiones tradicionales, gracias a la creciente evolución de la comercialización de las fiestas se ha transformado en una manifestación mercantilista que se distribuye en mercados de consumo con una función de reproducción ideológica y social.
El concepto de Industria cultural, que se contrapone a la esencia misma del carnaval, es la transformación de obras de arte y del patrimonio cultural en objetos de consumo al servicio de la comodidad. Este renglón económico conformado por un conjunto de empresas e instituciones, cuya principal actividad es la producción de cultura con fines lucrativos. Aunque esta evolución genera beneficios económicos, no precisamente contribuye a mejorar las condiciones económicas y sociales de muchas familias de bajos ingresos, quienes son custodios y protagonistas de las diversas tradiciones heredadas de la convergencia de los pueblos y culturas indígenas, europeas, africanas, ibéricas, árabes y judías.
Barranquilla, Distrito Especial Industrial y Portuario, está ubicada en la costa Caribe colombiana, siendo, junto con Santa Marta y Cartagena de Indias, una de las principales ciudades del norte del país. Por su situación geográfica en la costa del Caribe y por su auge económico durante el periodo colonial, y posteriormente en la República, el distrito de Barranquilla, se transformó de ser una ciudad industrial y portuaria, a uno de los primeros centros de comercio del país y un lugar receptor de migrantes provenientes de distintos continentes, pero también receptora de gente desplazada por la violencia provenientes de distintos territorios de la región y del país, que también realizan su aporte cultural significativo y relevante a la ciudad y por supuesto, a las festividades carnestoléndica.
El carnaval es una fiesta popular donde se subvierte el orden social y transgrede espacio y tiempo de la cultura oficial, de las normas y valores de la clase dominante, al punto de poner el mundo patas arriba. El poder de las autoridades del Estado y de la Iglesia puede ser rechazado por los dominados, pero solo de forma simbólica. Según el ruso, Mijail Bajtin, en su libro, La Cultura Popular en la Edad Media y el Renacimiento, plantea: "el carnaval se elabora, en una forma sensorialmente concreta y vivida entre realidad y juego, un nuevo modo de relaciones entre toda la gente que se opone a las relaciones jerárquicas y todopoderosas de la vida cotidiana".
Los defensores y defensoras de la fiesta popular, manifiestan, que desde el momento en que el Carnaval de Barranquilla fue declarado, en el año 2003, Patrimonio Oral e inmaterial de la humanidad por el Fondo de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la élite barranquillera se apropió del manejo, producción y ejecución del pre carnaval y el carnaval, despojando al pueblo barranquillero de sus tradicionales fiestas carnestolendicas, celebradas anualmente, inmediatamente antes de la cuaresma cristiana.
El carnaval de Barranquilla, antes de ser declarado patrimonio por la UNESCO, era una festividad de tradición popular que, durante cuatro días, era más permisiva, liberadora, transgresora y caótica por naturaleza. Tradición de la cultura popular de la región Caribe, que no se ha perdido, ni mucho menos extinguido, sino que se ha prohibido y censurado, y donde la diversión está controlada, negándole a la población el goce pagano y transformador del carnaval, como afirma Mijail Bajtin: "En el carnaval, los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene frontera espacial".
Sin embargo, la administración de la ciudad y la empresa carnaval de Barranquilla S.A.S sociedad mixta que se rige por el derecho privado, despojaron al pueblo, de vivir como antaño, la verdadera esencia de las fiestas del Rey Momo. Reduciendo las fiestas a grandes desfiles y eventos costosos, controlados por la élite, que no contribuyen a garantizar el acceso a bienes y servicios culturales a la mayoría de la población barranquillera, como lo consagra la Ley 397 de 1997, Ley General de Cultura y la Constitución colombiana de 1991.
Quienes consideran que el carnaval debe ser una industria cultural del entretenimiento de economía naranja, al servicio del turismo nacional e internacional, que genere alta rentabilidad económica, no solo a los organizadores y administradores de las fiestas, pertenecientes al ámbito de lo privado y a los grandes operadores del carnaval, sino, principalmente, a la industria hotelera, licorera, de bebidas, gastronómica y de transporte aéreo y terrestre. Además, de quienes tienen el manejo logístico, infraestructura y difusión de las fiestas como lo son: empresas prestadoras de servicios de comunicación, medios masivos de la información, palcos, silletería, tarimas, equipos de luces y sonido, carpas y baños portátiles. Esto, por solo nombrar, algunos aspectos del engranaje de la industria cultural carnavalera. Sin mencionar, los dineros que generan las fiestas para la economía informal, las tiendas, cantinas, estaderos, bares y discotecas.
Por estos días la ciudad se debate en una polémica a propósito de las fiestas de carnaval que acaban de pasar. Sobre todo, cuando Carnaval de Barranquilla 2022 tuvo como meta generar más de cuatrocientos mil millones de pesos, que no necesariamente se verán reflejados en inversión para infraestructura cultural, y mucho menos, para mejorar la calidad de vida de portadores de la tradición y bastiones del Patrimonio Oral e Inmaterial de la humanidad, los Hacedores del Carnaval.
A pesar de la realidad comercial actual de las fiestas, los Hacedores del carnaval o actores del carnaval, como se les denomina, representados por comparsas, cumbiambas, disfraces individuales y colectivos, letanías, grupos musicales folclóricos, orquestas, combos, artesanos, colectivos de teatro de comedía y un sin número de expresiones populares que con esfuerzo, realizan grandes inversiones de trabajo, creatividad, económica y logística, lucrando a la industria y distribuidoras de tela, lencería, zapatería, accesorios, sombrero y utilería, no obstante, los Hacedores y Hacedoras son las grandes "damnificadas" del negocio de la industria carnavalera. Su trabajo creativo y cultural no es remunerado.
Sabemos que detrás de estas celebraciones, se encuentran cifras económicas que representan mucho para quienes usufructúan del espectáculo que pagan para disfrutar, ciento de miles de espectadores anualmente (más de 1 Millón de personas) durante las fiestas. Espectáculo presentado por los Hacedores de Carnaval, (más de 35.000 y más de 9.000 músicos) que de manera gratuita divierten al público, y ni siquiera logran garantizar la recuperación de la inversión creativa, laboral y económica.
Los verdaderos portadores de la tradición y custodia del Patrimonio Oral e Inmaterial de la humanidad, que, durante decenas de años, de generación en generación son símbolo de resistencia cultural de la región Caribe, no son beneficiados por el estado, o por la empresa Carnaval de Barranquilla S. A.S, ni por los operadores del carnaval y mucho menos por las empresas privadas del negocio del carnaval.
Por su riqueza cultural y expresividad artística diversa, el Carnaval de Barranquilla ha obtenido tres importantes reconocimientos: «Patrimonio Cultural de la Nación», en declaración otorgada por el Congreso Nacional de Colombia el 26 de noviembre de 2001, de obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, concedida por la Unesco en París, el 7 de noviembre de 2003 y, por último, ha sido integrado en el 2008 a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
El carnaval de Barranquilla debe generar espacios para el intercambio de saberes, experiencias y conocimientos que contribuya a la construcción de políticas culturales que estimulen a artistas, creadores, folcloristas, artesanos, portadores de saberes, investigadores, académicos de las ciencias humanas y sociales y al pueblo en general, a realizar propuestas y acciones que formulen nuevos enfoques y conceptos que garanticen la pervivencia y el autocuidado del acontecimiento más importante en materia cultural de la ciudad, la región y el país.
Es por esa razón que la UNESCO ha recomendado como una de las medidas de salvaguardia que deben aplicarse de inmediato, la de apoyar y estimular a los hacedores del Carnaval, en el sentido de darles las habilidades y las competencias para que transmitan sus amplios saberes; que si bien tienen como centro de articulación al Carnaval, representan también –a la manera en que lo dice la Declaración de México sobre Políticas Culturales de 1982— un conjunto de valores único e irreemplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar presente en el mundo. A mayor abundamiento, afirmamos que el Carnaval expresa una manera de estar en el espacio simbólico, social y natural de Barranquilla.
Luego de asistir a esta polémica de interés general de la comunidad Caribe, es importante hacer un llamamiento a todos los estamentos de la ciudad y de la región, (sector artístico y cultural, hacedores de carnaval, comunicadores, comercial, empresarial, turístico, gubernamental, académico, comunal, legislativo y la opinión pública en general) para analizar, reflexionar, debatir y proponer un Plan de Vida Cultural del carnaval que soñamos desde las distintas orillas.
Un Plan de Vida Cultural del carnaval a veinte años que garantice la Descentralización de las fiestas por localidad con autonomía y presupuesto para desarrollar los proyectos y planes locales que contribuyan a la implementación y materialización de las necesidades en infraestructura, aumento del presupuesto, formación, estímulos, seguridad social, investigación, circulación, gestión, informática, comunicación, mercadeo, pedagogía, etc.
* Edwin Doria es Actor, director, dramaturgo y formador e Investigador Sociocultural.
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