Juan Guaidó, ¿el pastorcito mentiroso?

Carlos Rojas Cocoma
Carlos Rojas Cocoma
Docente de la Facultad de Estudios en Ambientes Virtuales – Universidad Ean
Actualidad

Los golpes de Estado en América Latina son más comunes de lo que parece. Siempre radicales, son asumidos por la población como una voz de cambio ante contingencias políticas particulares.  

A veces, los incita el clamor popular, a veces algunos intereses de poderosos sectores, y en algunos casos -aunque excepcionalmente- los dos. Viendo los intentos de los últimos meses en Venezuela, ¿podemos asegurar el advenimiento de un nuevo golpe de Estado en la región?

Esta semana, según los medios, volvió a “arder” Venezuela. Se hablaba de la toma de Miraflores y del derrocamiento de Maduro. Transmisión en directo, streaming en todos los portales de noticias, y publicaciones de cuanta cosa sucedía en redes sociales como Instagram, Twitter y Facebook, con el impacto visual que se espera de una noticia de este tipo. La audiencia esperaba ver llamas en vivo y en directo, atolondrada aún por la llamarada de Notre Dame de días atrás.

 

 

“Esta semana, según los medios, volvió a “arder” Venezuela. La audiencia esperaba ver llamas en vivo y en directo, atolondrada aún por la llamarada de Notre Dame de días atrás”.

 


Como en la fábula de Pedro y el lobo, cada vez que Guaidó sale a gritar en las calles que se van a tomar el poder, la gente se emociona, las cacerolas suenan, las barriadas chavistas se agrupan, y lo que amenaza como una lucha definitiva termina en lo que ya se conoce como la rutina venezolana: grupos de un lado y otro defendiendo un poder al que la noción de statu quo ya le quedó corta.

La voz de Guaidó se va quedando sin temple, si es que -hay que reconocerlo- alguna vez la ha tenido. Si ha faltado estrategia o ha sobrado publicidad, será algo que solo la historia podrá juzgar. 

 

 

“La voz de Guaidó se va quedando sin temple, si es que alguna vez la ha tenido. Si ha faltado estrategia o ha sobrado publicidad, será algo que solo la historia podrá juzgar”.

 


Desde el día en que Guaidó se autoproclamó presidente, o desde aquel concierto en el que se hablaba de revolución, la promesa de cambio se ha ido convirtiendo más bien en una estrategia sin orientación clara. 

No es tan difícil hacer líneas de futurología sobre Venezuela: Estados Unidos pospondrá hasta último minuto su intervención y, por ahora, se quedará en nivel de amenazas, tal como lo ha hecho Rusia, solo para avivar el clamor popular venezolano. Eso sí, América Latina no olvida el rol de la CIA en la toma de poder de Salvador Allende, así que levantar banderas “en contra del imperialismo yankee” es inoportuno. 

Ahora, aunque hay clamor popular, lo que prevalecerá serán los intereses de unos pocos. Vendrán los negocios. La élite militar que se ha enriquecido con el chavismo tendrá que negociar para mantenerse arriba, pero dejando por fuera a Maduro. Y esa negociación vendrá de manos que entienden que el poder no es cuestión de lealtad sino de intereses. Tristemente, a diferencia de la moraleja de Pedro y el Lobo, de aquel pastorcito mentiroso, este final es más pesimista. ¿Cuándo aprenderemos verdaderamente de las fábulas?

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